12/3/11

Que es el Sacrificio?




Etimológicamente, la palabra sacrificio, del latín sacrificium, indica la consagración de una persona o cosa a la Divinidad, acto por el que dicho objeto queda convertido en sagrado. Por eso, aunque de hecho el término sacrificio tenga hoy un sentido amplio, aparece claro que su noción primitiva está en relación con el culto, refiriéndose entonces a la ofrenda que se hace de un don visible a la Divinidad. El sacrificio es, pues, el acto principal del culto.

RELIGIONES NO CRISTIANAS. I.
 Nociones generales. 
En la historia de las religiones, el s. aparece como aquello que da el peso necesario, no sólo al culto público de los sacerdotes , sino también a los cultos privados de los simples fieles. Por otra parte, el s. se encuentra en todas las religiones y desde los tiempos más remotos. Los cambios en la elección de ofrendas o en las formas de s. no alteran su sentido profundo. Pero fuera de esta postura de base común, en todo lo demás reina una gran variedad: en la terminología, en la evolución histórica y en la fusión de prácticas análogas, en la transición de una forma a otra, etc. Todo esto hace que el estudio del s. sea complejo.
Es más bien a los conceptos y elementos generales a lo que se debe prestar atención, lo cual permitirá formar una idea global de lo que ha sido el s. en las religiones no cristianas.
2. La esencia del sacrificio. Es un hecho que el s. ha tenido siempre un puesto fundamental en el culto, Pero, ¿por qué apareció tan necesario y eficaz? El s. es un acto complejo, por lo que hay que guardarse de una explicación simplista. En efecto, sería vano querer atribuir a los s. un origen único; varias ideas han contribuido ciertamente a su formación y desarrollo. De hecho, encontramos varias nociones en la base de la concepción del s., nociones que se combinan diversamente entre sí, con diferente predominio en las distintas religiones. Resulta, pues, más positivo exponer simplemente tales conceptos fundamentales. El s. aparece, por una parte, como un don u ofrenda a la Divinidad, Esta idea de ofrenda se encuentra siempre en el s., siendo algo común a todos y su punto de partida. La razón de esta noción es el reconocimiento de que Dios era el dueño de las cosas y las gobernaba, por lo que era un deber reservarle el uso de una parte de ellas. Asimismo, se presenta el s. como una comunión, un medio de unirse a la Divinidad místicamente. La idea de una comida tomada con la Divinidad es antiquísima, idea que aparece más clara en aquellos s. en los que una parte de la víctima era quemada sobre el altar y el resto comido por los fieles en un banquete sagrado (v.). Pero, por otra parte, no puede negarse que el hombre intenta, mediante el s., obtener algo para sí, y esto también desde las concepciones más antiguas. Unas veces, intentaba aplacar a la Divinidad irritada, es decir, expiar sus propios pecados. En estos casos, la víctima animal tiene un valor sustitutivo; así, un original bilingüe de la biblioteca del rey Assurbanipal, en Nínive, llama al cordero el sustituto del hombre, que lo ofrece a la Divinidad en lugar de su propia vida. En otros casos, hay un interés egoísta del hombre, es decir, cuando lo ofrece para obtener algún provecho material.
Siendo el s. un acto de culto y el culto la expresión exterior de una religión, lógicamente el s. debe estar en función de la religión respectiva, por lo que será ésta la que determine los destinatarios de aquél. Sin embargo, de acuerdo con la noción dada del s., éste estará dirigido, en general, a la Divinidad: es el panteón que domina cada religión el sujeto a quien está destinado el sacrificio. Querer, pues, precisar a quiénes ha sido ofrecido el s. equivaldría a presentar un catálogo de divinidades de cada religión. Basta, pues, el principio general de que el s. se ofrece a la Divinidad. Pero conviene notar que el término Divinidad tiene aquí un sentido amplio, ya que comprende, además de lo que corrientemente se entiende por tal en cada religión, otros seres naturales, a los que más o menos se les reconocía un carácter divino: p. ej., espíritus (v.), muertos (v.), héroes (v.), incluso árboles (v.), piedras (v.), etc.
La cuestión de quién ofrece los s. corre paralela al desarrollo del sacerdocio (v.). En los tiempos primitivos, el ofrecer s. pedía pocas ceremonias: cada uno era apto para hacer ofrendas a su divinidad. Pero con la importancia creciente tomada por ciertos lugares de culto o por la simple evolución de la vida religiosa, se introdujo una complicación en los ritos sacrificiales, mientras que una ejecución o dirección encomendada a personas especializadas se hizo necesaria. De modo general, se puede decir que el sacerdote, con sus subalternos, es el encargado
de ofrecer los sacrificios. Sin embargo, el ofrecer sacrificios no fue siempre y en todas partes monopolio de los sacerdotes: así, entre los árabes nómadas no les está reservado mientras que en otros lugares encontramos a reyes, jefes de familia de familia o simples individuos ofreciendo sacrificios.
3. Clases de sacrificios.
La historia de las religiones presenta una gama muy variada de s., que varían según la finalidad concreta perseguida en cada sacrificio., la disposición anímica del oferente y las concepciones que se poseen de lo divino. A veces, resulta difícil precisar la clase s., ya que sus características permanecen ambiguas .Existen sacrificios  sangrantes, es decir, aquellos donde ha corrido sangre, tipo de sacrificio en el que la inmolación es su acto esencial. Éste es el s. por antonomasia, ya que es una vida lo que se ofrece; además, hay derramamiento de sangre y la sangre era algo sagrado para los antiguos. Esta de sacrificio estuvo muy extendida en las religiones antiguas A ella se opone el s. no-sangrante. Existen s. en los que la víctima entera es ofrecida a la Divinidad. Con tipo de s. se relaciona el holocausto, es decir, el sacrificio en que toda la víctima era quemada sobre el altar. Hay otros s. en los que sólo una parte de la víctima era ofrecida a la Divinidad; la otra parte se destinaba bien a las aves rapaces, bien al sacerdote, bien al oferente. La parte destinada a la Divinidad solía ser quemada sobre el altar. El s. en el que el oferente come una parte de víctima es el s. llamado de comunión, muy extendido entre los semitas. Existe un s. de reparación, conocido sobre todo entre los antiguos semitas, el cual era ofrecido caso de atentado involuntario a los derechos de la Divinidad. Tiene un sentido más fuerte el s. expiatorio por los pecados, el cual tiene una doble finalidad: Aplacar  la cólera divina, al renunciar el oferente a un don de valor, y eliminar una impureza o pecado. Tenemos otra clase de s. en la oblación, característica de los pueblo sedentarios, en la que son ofrecidos a la Divinidad productos de la tierra. A este tipo se acerca la libación que consiste en derramar, ante la Divinidad líquidos, como ofrenda. También debe citarse, como algo aparte el s. de fundación, que aparece en alguna civilización aunque es raro e incluso dudoso. Consistía en sacrificar una vida humana en el momento de comenzar a construir un edificio, y enterrar su cuerpo debajo de los muros o puertas para hacer propicia la Divinidad.
4. Materia del sacrificio.
El hombre ofrece en s. a Dios aquellas cosas de las que dispone y cuyo dueño es ya que se trata precisamente de ceder algo propio a la Divinidad para reconocer su dominio. Por esta razón la materia del s. será forzosamente muy variada. A veces, encuentran diferencias de una civilización a otra. Esto se debe al desarrollo de la vida del pueblo respectivo o a las preferencias sobre tal animal o producto de la tierra, o, al contrario, al tabú declarado sobre tal otro .La materia corriente y básica del s. son los animales domésticos, cuyo uso remonta a muy alta antigüedad ; común a todas las religiones del Oriente Medio. También se ofrecen, en los países agricultores, productos de tierra. Ya en concreto, las materias que encontramos diversos pueblos pueden servir para darnos una idea más exacta. Entre los sumerios y acadios (v.), se preferías ovejas, pero también sacrificaban bovinos, cabras, cerdos, pájaros, peces, incluso animales salvajes; la materia de los s. incruentos eran todos los productos del reino vegetal y agricultura: cereales, harina, aceite, dátiles higos, pan, miel, pasteles;  en las libaciones se ofrecían distintas clases de vino, cerveza, leche y agua. Los asirios y babilonios (v.) ofrecían, más o menos, el mismo elenco de materias, hallándose además entre ellos, desde antiguo, la ofrenda de perfumes. Entre los árabes antiguos, la materia ordinaria del s. era el camello, el buey, la oveja; en Arabia meridional, era corriente la ofrenda de aromas e inciensos, tanto en el culto público o en el privado .En cuanto a Canaán encontramos el buey, el ternero, el ciervo, el carnero, cabras, corderos, dos especies de pájaros y aves domésticas aparte de esto, se ofrecían cereales, aceite, frutas, miel, incienso.
Sacrificios humanos. Estudio aparte merece la debatida cuestion acerca de los s. humanos en las religiones antiguas. Partiendo de la teoría de que el animal sacrificado era sustituto del hombre, se ha concluido que eran sacrificadas realmente víctimas humanas. No puede negarse que el s. de seres humanos se encuentra testimoniado por hallazgos arqueológicos y fuentes antiguas; pero es preciso reconocer que se trata de algo más bien excepcional. Parece ser que tal s. fue practicado en algunas religiones primitivas. En tiempos posteriores, no hay pruebas al menos seguras, de que se practicara en Mesopotamia ni entre los árabes, aunque respecto a éstos existe texto dudoso. Por el contrarío, sí hay pruebas en alturas minoico-cretense y en la micénica. Las indicaciones más claras proceden de Fenicia (v.) y Canaán (v.),concernientes a los s. de niños. Se han encontrado urnas  con huesos calcinados, y está confirmado por testimonios escritos, como inscripciones púnicas y neopúnicas, aluden a la «ofrenda de hombre»; un texto de Diodoro de Tarso (v.) habla de la inmolación de 200 niños de las mejores familias al dios Cronos (v.) en Cartago; de Biblos dice que era costumbre de los fenicios sacrificar niños en los momentos de peligro. Dos estelas de Malta, del s. viii o vi a. C, aluden a la misma práctica.Según la Biblia, también se practicaba en Moab (2 reyes 3,27). Se ha querido argüir asimismo por los s. de  fundación; pero la cosa es dudosa, pues, en rigor, puede tratarse de la costumbre de sepultar bajo el suelo de la casa a los niños muertos muy pronto. De tiempos recientes hay testimonios en las religiones de la América precolombina.
Rituales y reglamentaciones del sacrificio.
Lógica el s. no era ofrecido de cualquier manera, sino en un ritual, a unas ceremonias o gestos bien determinados .Este ritual cambia de un lugar a  otro y de una época a otra, con evolución y líos en el correr del tiempo. Aunque no conocemos rituales en su exactitud y complejidad, algunos ritos son particularmente importantes y bien caracterizados, por lo que son interesantes para conocer las ideas que dominaban al respecto. Así, un rito fundamental era el jugado por la sangre de la víctima, aunque en alguna religión tal papel era secundario, como en Mesopotamia; a veces era derramada sobre el altar o, en su defecto, sobre una gran piedra erigida al respecto; otras veces, se rocía con ella el símbolo divino o se purifica el templo; los pastores, en su s. de primavera, untaban con sangre las puertas de las casas o de las tiendas. También se encuentra el rito de quemar la víctima; en algunos casos, el animal era quemado vivo, como en la fiesta de Hierápolis o en el culto de Artemis de Patrai; en otros, era quemado después de inmolado; en ocasiones, es sólo una parte la que se quema. En Grecia, antes del s. autentico se procedía a una serie de ritos: p, ej., se trataba al animal de determinada forma, había ceremonias en torna al altar; el sacrificador se lavaba las manos, y  había aspersión del pueblo participante con agua. Entre los cananeos, se abandonaban a las bestias salvajes las carnes no comidas por los fieles o sacerdotes. En el Paleolítico, como prueba el hallazgo de Mayerdorf, había el rito de ahogar un reno de dos años. Delante del altar o de la estatua del dios se hacían libaciones. En Roma, el jefe de familia arrojaba al fuego alimentos ofrecidos. En los s. expiatorios, la víctima era cargada con los pecados del pueblo mediante la imposición de manos. Junto a los altares, en algunas regiones, suele haber un quemainciensos, como en Mesopotamia. Los s. solían terminarse con un banquete sagrado (v.).
Respecto a la materia del s., sus condiciones, cantidad, modo, etc., no existía una anarquía, sino que se hacía todo de acuerdo con ciertas reglas. Parece que en las etapas primitivas la libertad era mayor, casi absoluta, pero con el tiempo y la evolución del s. la reglamentación se impuso. Esto nos consta por los mismos rituales que, como acabamos de ver, fijan el ceremonial y partes del sacrificio. Pero también existen reglamentaciones acerca de los animales puros e impuros, por tanto aptos o no aptos para el s., aunque en algunos pueblos no se fijaron en esto. En los documentos sumero-acádicos se registra con cuidado el nombre del oferente, descripción del animal, indicando su especie, edad y sexo, el motivo del s. y el día de la entrega. En las famosas tarifas de Marsella y Cartago, que se refieren a colonias fenicias de África, se reglamenta meticulosamente lo que hay que pagar por la ofrenda de cada s., cuyas especies son bien registradas. Es más, en entrambas, tras una lista larga y minuciosa, se añade: «cualquier pago que no se especifique en esta tablilla se hará conforme al documento escrito...».
6. Tiempo, ocasiones y lugares de los sacrificios. Todas las circunstancias de la vida pueden ser ocasión para ofrecer sacrificios. De hecho, los encontramos en las ocasiones más diversas y por motivos variados: p. ej., en los días de fiesta, en una boda, al comenzar una obra importante, para solemnizar los grandes acontecimientos en la vida de una comunidad, para expiar una falta, para pedir ayuda, etc. Sin embargo, existen fechas particulares en cada religión, que se presentan como las más indicadas para hacer sacrificios. Así, el citado reno que era ahogado, en el Paleolítico, era sacrificado en mayo, representando las primicias ofrecidas al dios antes de comenzar la estación de las grandes cacerías estivales. Entre los pueblos pastores, tenemos el s. de la primavera, cuando se inmolan víctimas para asegurar la fecundidad del rebaño. Por su parte, los pueblos agricultores ofrecían s. al comienzo de la recolección y al terminarla. Entre los árabes antiguos, parece que sólo había dos fechas fijas al año: en el mes de Radjab y con ocasión de la peregrinación a la Meca (v.). Respecto a los cananeos, en la inscripción encontrada en Narnaka (Chipre), M. Clermont-Ganneau reconoce un mes calificado como «del sacrificio de los sesenta», comparándolo al mes ateniense de la Hecatombe, que era el primero del año en Atenas. También parece que se alude al s. de la nueva luna y al de la luna llena. Ciertamente se habla de un s. diario y de uno mensual y de una fundación a perpetuidad. Entre los beduinos modernos existen pocos s. a plazo fijo: los que marcan los viajes a las ciudades santas y los que se ofrecen, por lo general una vez al año, en el lugar santo
No se puede concretar mucho respecto a los tugares donde se ofrecen los s., pero tampoco parece que existieran muchas limitaciones. De modo general, se puede decir que cualquier lugar cultual podía servir de sitio adecuado para ofrecer sacrificios. Es cierto que algunos s., es decir, los que se ofrecían en nombre del pueblo o por el pueblo o en las grandes solemnidades se hacían obligatoriamente en el santuario. Pero lógicamente, aparte de los santuarios importantes, digamos de carácter nacional, existían muchos santuarios locales. Además, es evidente que el s. también era practicado en las casas particulares, o, mejor, en el atrio, y también al aire libre, en cualquier sitio donde la Divinidad hacía presente, de alguna manera, su presencia (v. altar; templo).
7. Valoración. Esta breve encuesta histórica deja ver la enorme importancia que el s. ha tenido en el culto de todas las religiones. Su raíz está en el hecho de que el hombre se ha reconocido siempre dependiente de seres superiores en su vida y en sus bienes, de los que no es dueño absoluto. Por eso, se priva de una parte de ellos para ofrecérselos a la Divinidad, aunque lo haga con los fines concretos más variados. Pero, lógicamente, la altura de miras y la purificación en las concepciones sacrificiales dependen, en cada caso, de la religión respectiva.
_________________________________________________________________
Bibl. : M.-j. lagrange, Études sur les Religions Sémitiques, 2 ed. París 1905, 244-268; B. Goetz, Die Bedeutung des Opfers bei den Völkern, Leipzig 1933; S. H. Hooke, The Origins of Early Semitic Ritual, Londres 1938; A. Colunga, El sacrificio, «Ciencia Tomista», 79 (1952) 229-252; A. de Guglielmo, Sacri-fice in the Ugarit Texts, «Catholic Biblical Quarterly», 17 (1955) 76-96; H. Hubert-M. Mauss, Sacrifice: Its Nature and Function, trad. ing. Chicago 1964; F. könig, Sacrificio, en Diccionario de las Religiones, Barcelona  1964, 1202-1224.
J. García Trapiello.